Creencias limitantes “No vas a poder”: cómo identificar y desafiar las frases que te complican la vida
Funcionan como “anclas” que impiden a las personas desplegar todo su potencial, advierte el psicólogo Alejandro Schujman.
“La frase de mi madre repicando en mi cabeza: ‘No nacimos para ser felices las mujeres de esta familia. Ni tu abuela, ni yo, ojalá puedas hacer la diferencia, pero el karma se lleva bien puesto desde la cuna. Cuando el destino manda, ¿no hay nada que hacer, no? Y acá estoy tratando de darlo vuelta antes que sea tarde.”
Y entonces esta mujer intenta dar vuelta una historia que la precede pero que no la define. “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”, dijo Jean Paul Sartre. Y aquí está ella, tratando de torcer su designio. Intentando al menos despegar de la creencia limitante de que la suerte está echada.
Nos cuentan una historia cuando somos pequeños, nos van poblando de significados sobre nosotros mismos. Y creemos, y creamos sobre lo que creemos.
Las frases que nos complican la vida
Pregunté en mis redes sociales sobre frases que nos complicaron la vida. Fue una de las consignas en mi cuenta de Instagram con más impacto.
Comparto algo de lo que me contaron:
- Educando para el “éxito”
– “Sé lo que quieras, pero sé el mejor”
– “Vos estás para más”
- Derribando ilusiones
– “Con eso te vas a morir de hambre, estudiá una carrera como Dios manda”
– “¿Y para qué sirve eso que hacés? (a un estudiante de Filosofía y Letras )
- Alimentando la omnipotencia y la sobreadaptación
– “Vos podés con todo”
– “Tenés que aguantar, sos joven, ¿de qué te quejás?”
- Destruyendo autoestimas
– “Vos tenés que ser flaca nena, a los hombres no les gustan gorditas”
– “Basta de comer, sos un barrilito, mirate al espejo”
Y sigue la lista de frases que funcionan como anclas, como yunques, como cuentos que nos destruyen parte o toda nuestra vida.
Una joven paciente logró salir de una historia espantosa de desamor. Ella estaba convencida que era lo que merecía, que no tenía opción de nada nuevo. Hasta que abrió los ojos y cuestionó certezas. Y se hizo gigante.
A ella y a tantas otras mujeres (y hombres también) les dedique este cuento:
Ella era una mujer diminuta, no porque realmente lo fuera, sino porque así se sentía. Le habían enseñado desde pequeña la cautela, la prudencia, sobre todo la prudencia.
“Tenés que ser cuidadosa en la vida, no vayas ni más acá, ni más allá. Es peligroso y cosas terribles te pueden suceder. Siempre pasos cortitos, la cabeza gacha, pasos cortitos, no levantes demasiado la frente. El pecho hacia adentro, siempre obediente, de tus padres, tu marido, tus jefes.”
Se acostumbró a vivir así, los bracitos encogidos, la frente mirando al suelo, sin ir ni más acá ni más allá.
Pero ese día, ese día fue distinto.
Se sintió diferente, cosquillas raras, no quería mirar para abajo, quería levantar la cabeza, el pecho le dolía más que lo habitual, la garganta anudada, más que de costumbre. Alguna lágrima rodó por su mejilla.
Sintió y pensó por un momento que no quería seguir siendo una mujer diminuta, pero así eran las cosas.
Y respiró hondo, todo lo hondo que se puede respirar con el pecho encogido y la cabeza gacha y se fue a dormir. Y soñó, soñó que levantaba la cabeza, y respiraba aire fresco, de a bocanadas, como nunca lo había hecho.
Miraba profundo y lejos. Libertad, amor, felicidad, sintió el sol, el viento que le acariciaban la cara y le hacía danzar los cabellos Sintió que nada podía dañarla, absolutamente nada.
Soñó que era invencible, sin monstruos ni espíritus que la acecharan, nada malo ni más acá ni más allá.
Y entonces sucedió, no dormía, estaba bien despierta. Y los miedos, los mandatos, la prudencia eran historia. Y de repente se vio reflejada en la laguna que nunca se animó a transitar porque quedaba más allá.
Y era enorme, una mujer enorme escondida en la mujer diminuta que le hicieron creer que era. Y cantó, cantó una canción que había oído y pensaba que no era de ella, pero sí era su canción. Cantó, que iba a descubrir que el mundo era todo para ella, que nadie podía hacerle daño. Y fue feliz y sonrió con la sonrisa más grande que podía existir y así se despidió de la mujer diminuta.
La ruta de la autoestima
La autoestima y la propia valoración se construyen desde afuera hacia adentro.
Cuando somos pequeños, recién nacidos, y antes también, las miradas, los decires y las validaciones de nuestro entorno más cercano nos definen. Creemos lo que nos dicen de nosotros mismos.
Las palabras y los gestos de nuestros adultos primordiales hacen una primera capa muy gruesa de la personalidad.
“Dale que podés”. “Mirá qué lindo te salió”. “Está muy bien, pero podés hacerlo un poco mejor, no dejés de intentar”.
O, en cambio: “No servís para esto”. “No lo hagas, que te vas a lastimar”. “Vos tratá de pasar desapercibido”. “No vas a poder, dejá que lo hago yo”.
Palabras, en definitiva, palabras. Que construyen o destruyen. Certezas que como mamushkas nos edifican.
Tenemos luego la maravillosa y compleja tarea de sostener desde el adentro a medida que crecemos.
Precisamos ratificar o cuestionar aquello que nos han dicho que somos. Nuestro piso y nuestro techo.
Recuerdo ir de la mano con mi hijo Santiago cuando tenía 6 años. Fui imprudente, crucé distraído y un auto nos pasó muy cerca. “¿No lo viste?”, le pregunté a mi hijo ya en la vereda. “Sí -me respondió- pero iba con vos.”
Piel de gallina y así es. Tenemos un impacto enorme en nuestros hijos, nos creen, a ciegas.
Ya llegará después en la adolescencia el tiempo sano de cuestionarnos. Pero dejamos huellas.
La buena noticia es que somos libres cuando crecemos, como la mujer diminuta del cuento, para despegar y dar vuelta la historia.
Caja de herramientas para desafiar las frases que nos complicaron la vida
Se trata de cambiar certezas por preguntas. Les propongo el siguiente ejercicio:
1-Hacer un mapa de nuestra historia:
A-¿De dónde vengo?
B-¿Dónde estoy?
En los afectos, en lo laboral, en el vínculo con nuestro cuerpo, en relación a la administración del tiempo.
C-¿Hacia dónde quiero llegar?
D-¿Qué me falta para achicar la brecha?
E-¿Qué me lo impide?
Elaborar un plan de acción para acercarme hacia los lugares en los que quiero estar, que incluya tres cosas que puedo hacer para que mis metas estén más próximas. Ir sumando de a tres hasta llegar al punto deseado.
Se trata de cuestionar hasta el máximo de nuestra capacidad y desafiar el presente.
Chasquear hasta que suene
En el norte del país tienen un dicho hermoso. Cuando les enseñan a los niños a chasquear los dedos no le salen, no hay sonido alguno, más que intentos silenciosos. Y les dicen: “Hay que chasquear hasta que suene”. Y eso tenemos que lograr.
Chasquear hasta que suene. Ni más, ni menos.
Seguramente, como la mujer del cuento podremos confirmar que no hay peligros más allá ni más acá. Que tenemos los recursos para destrabar lo que soñamos. Que no hay mandato que nos condicione. Y podremos desafiar el destino que nos han marcado. Por nosotros, por los que vendrán.
Para adelante y desafiando saludablemente las creencias que nos limitan. Rompiendo mandatos, desarmando las frases que nos ataron a nuestra historia.
Así, sin más ni menos, honrando la vida, que es larga pero no tanto. Digamos adiós a las creencias que nos complicaron la vida, y demos la bienvenida a una nueva manera de sentirnos. Podemos hacerlo, claro que podemos.
*Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Autor de No huyo, solo vuelo: El arte de soltar a los hijos, Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y Herramientas para padres. Dirige, coordina y supervisa la @redasistencialpsi.
Fuente: Clarín