La historia del “curita” Carlos Mosto, uno de los 90 soldados identificados en Malvinas
Dos paquetes de cigarrillos, un peine, chicles, tres balas y una carta en el bolsillo. Con esas pertenencias encontraron los forenses del Comité Internacional de la Cruz Roja (CIRC) el cuerpo de Carlos Gustavo Mosto, uno de los 90 soldados caídos en la guerra de Malvinas que fueron identificados el año pasado, y cuyos familiares harán el próximo lunes un viaje histórico a las islas para rendirles un homenaje “con nombre y apellido” en sus tumbas.
“Podré entrar con los ojos cerrados, ya tengo grabado el camino que debo recorrer para llegar a su tumba. Tendré a toda la familia en mi mente y voy a abrazar la cruz en nombre de todos ellos”, afirma a Télam Elsa Mosto, hermana de Gustavo.
Elsa -que ya viajó en otra oportunidad a Malvinas- forma parte del contingente de 240 personas que el lunes llegará al cementerio de Darwin para participar de una emotiva ceremonia de homenaje a los caídos en la guerra y, por primera vez, llorar, rezar o simplemente permanecer en silencio frente a la lápida con el nombre de su ser querido.
La familia de Gustavo Mosto fue informada en diciembre del año pasado que era uno de los soldados identificados tras el minucioso trabajo que llevo adelante el CICR en Darwin, y que logró la identificación, mediante estudios de ADN, de un total de 90 soldados sobre 121 tumbas que fueron exhumadas.
En esa oportunidad, Elsa, Oscar y Hugo -los hermanos de Carlos- recibieron entre llantos y emociones mezcladas la información detallada sobre el proceso de identificación y una media chapa identificatoria con un número, atada a un cordel que usó durante la guerra y el cuerpo enterrado conservó durante 35 años.
En esa reunión de diciembre, les contaron que el cuerpo de Carlos -ubicado en el sector B, fila 5, tumba 4 del cementerio- fue encontrado envuelto en una manta verde dentro de una doble bolsa plástica blanca, con dos paquetes de Camel y Chesterfield, un peine, chiclets, 3 balas y una carta en el bolsillo, todas pertenencias que fueron enterradas nuevamente con el cuerpo en un cajón luego de tomar muestras de un fémur y de su dentadura para el estudio de ADN.
Esas muestras fueron comparadas con el ADN que aportaron en el 2013 Elsa, Hugo y la mamá de Carlos, Blanca Mosto, que murió en 2014 sin conocer el resultado final de las pruebas.
“Lo más emocionante fue recibir la medalla que tenía al cuello con su número de identidad. Algo que tiene un valor inmenso para nosotros. Cuando la miro, siento que no lo puedo creer… tener algo que mi hermano llevó consigo y que estaba junto a su cuerpo desde hace 35 años. Como si él hubiera dicho ‘a esto se lo llevan a mi familia'”, cuenta Elsa.
Oriundo de Gualeguaychú, Entre Ríos, Carlos era estudiante de medicina y tenía 23 años cuando en forma voluntaria -mientras hacía el servicio militar- se ofreció a ir a Malvinas, en lugar de un compañero que se descompuso cuando le avisaron de su destino de guerra en esas islas lejanas.
“No te imaginás qué orgullo siento al ver flamear la bandera argentina. Lo que más me llega es que han sido varios los que me han pedido charlar y transmitirles esa alegría para darles tranquilidad. Es hermoso servir a un hermano. Uno se siente con ganas de hacer cada vez más y mejor por ellos. En momentos jodidos, todos tienen un rosario, una virgencita, un crucifijo entre las manos”, escribió Carlos en una carta enviada desde las islas a Verónica Toller, su novia, con 16 años entonces, hoy periodista y profesora de letras.
Verónica le cuenta a Télam que en las islas sus compañeros empezaron a llamarlo “el curita”, porque “predicaba esperanza” y sus pares lo reconocían y valoraban por gestos como curar a cielo abierto a un caído bajo las bombas inglesas, o sacar a escondidas víveres de los almacenes del Ejército para repartirlos entre la tropa.
O quitarse su propio abrigo -del poco que llevaban para ese clima helado- para ofrecérselo a otro.
Su familia, novia y amigos lo despidieron el 9 de abril de 1982 -un Viernes Santo- en la vieja estación de micros de Gualeguaychú.
“Espero que se acabe pronto, porque la verdad es que los ánimos de todos son cada vez menos. Y ya se están empezando a ver cosas realmente tristes. Y yo me pregunto por qué, por qué. Sé la respuesta, pero igual. Y sigo rezando para que mis fuerzas no se agoten y para que siga soportando todo con la alegría de un cristiano. Es importante saber que Dios está siempre contigo, dándote tranquilidad, felicidad, y que con Él nunca te sentirás solo”, escribió en otra carta a Verónica fechada el 22 de mayo.
Carlos murió en combate el 11 de junio -sólo 3 días antes de la rendición de las tropas argentinas-, pero el Ejército nunca le notificó la noticia a sus seres queridos. Se enteraron el 21 de junio cuando un grupo de soldados -adoctrinados para callar y esconder los horrores de la guerra- llegó a La Plata.
“Carlitos murió. Esta campera era suya: me la había dado porque yo sentía frío”, dijo timídamente un soldado a la familia, en lo que fue la única comunicación que recibieron sobre su destino fatal.
“Te digo que esto llega al final. Los tipos están a 10, 12 km de nosotros, y se preparan para el final. Nosotros también. Quizás es la hora en que llegue a conocer la cara de mi hermano enemigo. Nunca sentí ni voy a sentir odio hacia el inglés. Quiero que sepas también que rezo por ese inglés que quizás algún día se encuentre frente a mí”, expresó en el último mensaje escrito a su amor de Gualeguaychú, el 1 de junio de 1982, diez días antes de morir.
El próximo lunes, su hermana Elsa y su hija Evangelina -en representación de toda la familia Mosto- dejarán un rosario y una flor de tela en la tumba de Carlos, y podrán así cerrar un largo duelo que ya lleva casi 36 años.