Cómo está Grecia diez años después del ajuste feroz que la sacó del borde del precipicio
Aunque el país aún sufre efectos negativos de las medidas de austeridad, los indicadores a nivel macroeconómico son positivos y lo ubican por encima de la media europea.
Por su demografía, geografía y peso económico, no por su legado histórico, Grecia ha sido siempre considerado un país periférico en la Unión Europea (UE). Sin embargo, hace una década concentró la atención del mundo entero. Tras salir a la luz pública su descomunal deuda (alrededor del 180% del PIB), que había permanecido parcialmente oculta a causa de la ingeniería contable de su gobierno, el país se situó al borde de la bancarrota, y de rebote, puso al euro cerca del precipicio.
Entonces, la llamada troika (FMI, el Eurogrupo y el Banco Central Europeo) le impuso un durísimo ajuste estructural a cambio de varios créditos por unos 350.000 millones de dólares. Una década después, el país aún sufre sus consecuencias en forma de desigualdad, salarios bajos y la degradación de los servicios públicos. No obstante, a nivel macroeconómico, las cifras vuelven a ser positivas y el país crece por encima de la media europea.
“La sociedad griega ve el futuro con pesimismo. Somos el país con una mayor ansiedad en la UE. La gente empieza a entender que nunca nos recuperaremos, que no volveremos al nivel de vida anterior a la crisis”, comenta Dimitris Christopoulos, catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Panteion. Hasta 2010, Grecia era un país con un nivel de vida homologable al de los otros países del sur de Europa, como España o Portugal. Tras una caída de un 25% de su PIB, ahora se halla en el furgón de cola del club europeo en PBI por cápita, solo por delante de Bulgaria. “Hasta Rumania nos pasó por delante”, lamenta resignado Christopoulos.
Las paredes colindantes al despacho de Christopoulos exhiben varios graffitis. Otros han sido borrados, dejando un pegote de pintura de un color gris más tenue que el del resto de la pared. En un rincón, una pila de viejas computadoras metidas en cajas de cartón acumula polvo, como si alguien las hubiera dejado allí olvidadas hace años. En Grecia, parece que el tiempo se detuvo hace una década. “Los estudiantes hemos estado dos meses en pie de lucha para oponernos al plan de privatización de la universidad, que es inconstitucional”, dice Yorgos Mastrioyanis, un estudiante de Relaciones Internacionales, para explicar los grafittis que colorean todas las paredes del campus.
“Para poder llegar a final de mes y pagar el alquiler, debo tener dos trabajos. La mayoría de mis amigos está en la misma situación. Y aún así, no nos podemos permitir ni un capricho”, se queja Giorgia Nikoletou, una joven de 24 años que combina su trabajo de analista en una compañía de apuestas con la producción de espectáculos culturales. De hecho, el gobierno actual facilitó el pluriempleo aumentando la jornada laboral máxima a 13 horas diarias y 78 semanales. Nikoletou recuerda con nostalgia su niñez, cuando se iba de vacaciones a las islas griegas con sus padres, un lujo ahora reservado para las familias pudientes y los extranjeros. “Los sueldos van subiendo, pero siempre por debajo de la inflación. Y es que hemos ido acumulando crisis: la del euro, la pandemia, la guerra de Ucrania …”, apostilla ante de dejar ir un resoplido.
Crecimiento
Sin embargo, no todo son malas noticias en Grecia. Los indicadores a nivel macroeconómico son positivos, y el país al menos ha recobrado una cierta estabilidad. Mientras que Alemania y Francia flirtean con la recesión, Grecia ha crecido en los últimos años por encima de la media europea. Una de las razones, es un pujante sector turístico: el país, de 12 millones de habitantes, recibió el año pasado 36 millones de turistas.
Pero no es el único dato positivo. “Se espera que Grecia continúe creciendo. Sus finanzas se han estabilizado y ha recuperado la confianza de los mercados, y las agencias de rating dan a sus bonos un valor de inversión”, sostiene Adrià Solanes, de la consultoría FocusEconomics.
Atenas ha atraído inversiones de varias multinacionales como Pfizer o Microsoft, que han construido una sede en el país. De hecho, el país experimenta un pequeño boom industrial. Por todo ello, después de rondar el 28% en 2013, ahora el desempleo se sitúa aproximadamente en el 11%. Ahora bien, el nivel de deuda pública sigue recortándose lentamente, y con más del 160%, es todavía el más alto de la UE.
Desde 2019, el primer ministro es Kiriakos Mitsotakis, líder de Nueva Democracia, el partido de la derecha tradicional, que fue reelegido con un amplio margen el año pasado a base de prometer estabilidad y que no habría nuevas turbulencias financieras. “Para el premier es fundamental el control del déficit. Es difícil aprobar medidas que impliquen un mayor gasto. Cualquier treta contable para ocultar o posponer el déficit es una línea roja”, asegura una persona muy cercana a Mitsotakis.
Syriza, el principal partido de la oposición de izquierda, y responsable de pilotear el ajuste, se muestra crítico con la excesiva austeridad del gobierno, solo mitigada por el incremento del salario mínimo, ahora situado en 830 euros, una cifra similar a lo que cuesta un alquier en Atenas, que difícilmente baja de 600 euros. “Para nosotros la prioridad es aumentar el poder adquisitivo de la población, así como mantener el nivel de los servicios públicos. La sanidad está en una situación de colapso”, dice Yannis Bournous, exdiputado y miembro de la Ejecutiva del partido.
Al ser cuestionado sobre si ello no volvería poner al país en la senda de un nuevo ajuste, lo descarta. “Si reformáramos el sistema fiscal para evitar el fraude, se podrían aumentar los ingresos del Estado. Además, hay otras formas de intervenir, por ejemplo, limitando los beneficios astronómicos de algunas grandes compañías, controlando los precios. Pero Mitsotakis no lo hará porque esos oligarcas son sus amigos”, remacha Bournous. Tras recibir un duro varapalo en las urnas el año pasado, las propuestas de Syriza deberán esperar. La austeridad ha llegado a Grecia para quedarse.
Fuente: Lanación